domingo, 2 de mayo de 2010

A a A a A

Mirando fijamente se encontraba la noche del 15 de febrero del año posterior a la muerte de su amada, parecía perpleja, quieta y taciturna como un búho nocturno en las noches veraniegas de algún bosque del largo y enflaquecido Chile, mientras sentada estaba sobre el verde musgo del balcón algo maltrecho y desarrapado, con una taza de café y un cigarro entre los dedos, mira el cielo y junto a aquella nube grisácea de una hermosa noche de luna llena, un resplandor aparece.

Perpleja había quedado. Nada era tan bello como aquel suceso. Tanta maravillosa agonía se veía en el cielo nublado, con luces destellantes de pena y gloriosa mierda que sentía por dentro.

Entra a la habitación, toma un libro y comienza página por página a leer, recordando a su amada - entre las páginas una fotografía de Agustina - su alma cae en un vaso sofocado por lágrimas, amargas lágrimas de dolor perplejo por la muerte de Agustina. Alma que llora por dentro, su vida convertida en un caos cada día más y más - apestada de tanta amargura - ...

Sus dedos flácidos, su mente en blanco, su pelo grisáceo cayendo como copos de nieve en la cama en la que estaba sentada, su muerte por encima de todas las cosas - su alma por fin descansaría en paz -... toma un frasco, lo abre y saca pastilla por pastilla, las coloca en su boca vieja y amargada... sus uñas pálidas, sus ojos rojos, sus pupilas dilatadas, el cigarros resplandeciente, y la taza de café a medio morir, su vida acabada y su mente maltrecha... su amor por Agustina terminó por destruirla por completo, tapando esos pequeños destellos de vitalidad... la vida se transformó radicalmente, la muerte su verdadera amiga y la angustia su fiel amante compañera.

Al día siguiente, una luz entra por la rendija, un destello nuevamente, y aquel cuerpo viejo y arrugado, sentado en la cama, tieso como la madera, frágil como el cristal pero fuerte como un roble, sin respirar estaba, la muerte... tan sólo la muerte.

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